En la fiesta morena de Lucas Olarte hay mezcla de jergas, en canciones-poemas rimadas y sin rima que paradójicamente dejan escuchar con más potencia la voz del rapper cuando se leen en silencio sobre la página del libro. Pero ese sustento en la página es precisamente la marca de la mejor poesía. O sea que el libro se puede escuchar y leer por separado, letra y música. Porque aquí hay algo más que un poeta: como un caporal de carnaval andino que incorpora los paisajes del Caribe, del suburbio y del barro del Rio de la Plata, el autor-animador-maestro de ceremonias ordena los pasos y los desplazamientos para enfiestar a la virgen y domar al macho. Lo hace en lenguas extranjeras que hablan y beben del chuño, del totó, del chicharrón, de la totona y de los cascabeles llenos de bichos, herpes, cangrejos, flores sagradas de cantuta y perlas de un cancionero orgiástico, quechua-criollo marrón, como “Intra”, “Lo que di”, “Onika” y “Teoría de la pija larga”. Por supuesto que esta diablada funciona mejor cuando se aleja de su intención de bajar línea y se deja llevar por la fuerza del carnavalismo, esa que arrastra cuerpos que no necesitan consignas para hacerse las preguntas más políticas: “¿y si nos vemos los anos?”. Se trata de una apuesta mestiza, chola-indo-latinoamericana, que balbucea sus deseos de acople y desacople, su hambre de hombre y de hembra, en medio de una danza que embriaga, suelta y pierde la cabeza hasta salir de sí.
Osvaldo Baigorria